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Que la hayan botado de su casa por salir embarazada a los 12 años, y que haya tenido que pasar hambre, frío, vergüenza y todo tipo de precariedades no le impidieron a Yahaira Liriano salir adelante en cada una de las etapas de su vida. Ella tiene una historia con “ramificaciones”, por llamarle de algún modo.

El nacer en Capotillo, vivir desde los siete años entre La Puya de Arroyo Hondo y Cristo Rey, y más tarde establecerse junto a su madre en Saint Thomas le han permitido tener un amplio portafolio de vivencias. Todas diversas, pero igual de superación.

“Yo salí de Capotillo a los siete años, pero aunque era tan sólo una niña, yo actuaba como grande, porque a veces en esos barrios las dificultades te hacen crecer. Yo me iba al mercado, veía a la gente trabajar y negociar y quería hacer lo mismo, y de hecho, lo hacía. Yo vendía, negociaba, porque eso era lo que veía, nací en ese ambiente”. Para nada el recordar esto la entristece. Las calamidades son las que la han empujado a triunfar.

Ya a esa edad, su padre decide llevársela para La Puya, y luego se muda a Cristo Rey. Es decir, que seguía creciendo en las entrañas de otros barrios en los que también veía la posibilidad de aprender a negociar en los mercaditos en los que sentía pasar el tiempo sin experimentar cambios positivos en su vida. A los 11 años llega a Saint Thomas. Poco después de fijar residencial allí, es que un hombre, que podía ser su padre, la sedujo hasta embarazarla. “A partir de ahí fue que mi vida dio un gran giro, nadie se imagina todo lo que pasé para no abortar y poder tener a mi hija”. Esto la conmueve, pero no la debilita. Esta mujer se enorgullece de cada momento vivido, de cada lágrima derramada y de todas las vicisitudes que tenido que pasar para llegar a triunfar.

Fue a parar a Boston.

Al principio de su embarazo, su madre no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Dos meses después fue que lo supo. “Como era de esperarse, no estaba de acuerdo con que tuviera a la criatura, y tuve que irme de la casa. Me fui donde una amiga que vivía con sus padres y, que al igual que yo, era una niña. Me quedé un tiempo ahí. Cuando el papá se dio cuenta, dijo que era una mala influencia para su hija y me botaron de allí”. Yahaira tenía pocas alternativas para echar hacia delante.

Por suerte, “un ángel que me mandó el Señor” la vio con ojo de piedad. “Era un buen amigo que me conseguí allá casi desde que llegué, que me enseñó a manejar y todo. Él me dijo que quería ayudarme casándose conmigo, sólo para poder llevarme a Boston con él. Como yo era menor de edad, mi madre tuvo que firmar una carta para casarnos. Me fui para Boston con él y allá nació mi hija”. Habla de esta parte y el gran agradecimiento que siente hacia esa persona puede verse en sus ojos.

“Nunca fuimos marido y mujer. Todo lo que él hizo fue para ayudarme y lo agradeceré toda la vida”. Ya con su hija con más de un año, debe regresar por unos papeles a Saint Thomas y termina quedándose allí. “Pasé las mil y una. Tenía que trabajar para mantener a la niña y no tenía a nadie que me la cuidara. Mi mamá no me apoyó porque creía que yo estaba con el padre de la niña. No me detuve, volví a pasar trabajo, pero valió la pena”. Esa ya era otra etapa en su vida en la que aumentaba su deseo de superarse. En ese entonces, no podía concentrarse en los estudios. Solo tenía un sexto curso, pero en su mente nunca había descartado convertirse en una buena profesional. Lo logró, y hoy es un ejemplo para sus cinco hijos y sus tres nietos.

Quiere ayudar a otras a trabajar por sus sueños.

“¿Quién dijo que no se puede? Jamás podemos pensar en eso. Lo importante es no desmayar, tener siempre a Dios como guía y saber que sí somos fuertes y que podemos llegar hasta donde nos lo propongamos”. Así como fuertes son estas palabras, así las interpretó durante la entrevista que cedió a LISTÍN DIARIO, la mujer que ha construido un emporio comenzando desde “abajo, muy desde el fondo”.

Sobre cómo incursionó en los negocios, Yahaira Liriano tiene una larga explicación. Claro, hay que resumirla para que pueda caber en estas páginas. “Cuando regreso de Boston a Saint Thomas, con la intención de irme, como te dije, no pude hacerlo por la espera de unos papeles. El caso es que, mi mamá comenzó a decir que yo andaba con el papá de mi hija, y eso no era cierto, y decidí irme”. Se fue a la casa de una “amiga” que le cerró la puerta en la cara.

Seguía rodando con su pequeña al hombro, hasta que decide ir donde un tío. “Ahí duré tres meses, me fajé hacer de todo lo que podía para que a mi hija no le faltara nada. Luego me ofrecen trabajar en un negocio donde jugaban billar, casino, dominó, y en principio no acepté, pero puse mis condiciones y la dueña me puso al frente”. Ya en este momento iba tomando fuerzas. “Me inventaba juegos, y como yo siempre he sido muy carismática, la gente asistía y todos los días nos iba mejor”. Respira como si sintiera aquel aliento de nuevo.

Ahí conoce a alguien que como a ella, le gustaba negociar. “Un hombre que se ganaba el peso vendiendo ropa de manera ambulante. Nos hicimos amigos y él me fue enseñando, pero había algo que él no tenía, se llama organización. Yo comencé ayudarlo y ahí íbamos”. Yahaira cree en la planificación, pero sobre todo, en los planes de Dios.

Emprendimiento con altas y bajas.

Junto a ese amigo que luego se convirtió en su pareja y padre de dos de sus hijas, trabajaba arduamente. “Un día me voy a un centro comercial. Ahí veo que hay un quiosco y que venden de todo, menos ropa. Hablé con él, y le dije que debíamos mudarnos ahí. Había que conseguir muchos dólares para poder establecernos, y buscamos dinero prestado y lo hicimos. Comencé a buscar ropa en Estados Unidos y a llevar pantalones que nadie tenía en Saint Thomas y al poco tiempo ya teníamos un buen dinero. Incursionamos en otros negocios a la par, pero sin dejar la tienda”. Lo va contando y se va emocionando como si tuviera viviendo el momento.

Ya el quiosco les quedaba pequeño y debían buscar cómo expandirse. “Logro que me alquilen un local inmenso que quedó vacío por una situación que se dio con una tienda. No fue fácil, pero se puso, y lo poco que teníamos ni se veía en ese espacio”. Se ríe. “Pero continuamos trabajando. Yo fui quedándome a cargo e incursioné en el área de los zapatos. Ya vendía de todo”. El éxito le sonreía. Tiempo después tuvo que entregar ese local, pero consiguió uno muy bueno en el mismo lugar, y todavía hoy, ahí opera su negocio matriz, el que ha expandido por Estados Unidos.

Es así que, la mujer que visitó este medio como un ‘outfit’ muy ejecutivo, de color lila, y que estaba hermosamente maquillada, deja claro que debajo de ese ‘look’ de empresaria hay una dominicana nacida en el Capotillo a la que ser madre a los 12 años, no le robó el deseo de triunfar.

Con un sexto curso.

A Yahaira le gusta manejarse con la frase ‘aprender para crecer’. La mayoría de las cosas logradas, las obtuvo teniendo sólo un sexto curso. “Fue después de grande, de tener a mis hijos que terminé el Bachiller y estudié Administración de Empresas. Ya tengo varias maestrías, y no me detengo”. Lo cuenta dejando claro que, la “universidad de la vida” fue la que la graduó y preparó para hacer frente a los obstáculos que encontraba en su camino. “A las jóvenes de hoy les digo, un tropiezo no es un fracaso que dura para siempre. Por eso quise contar mi historia, para que ellas sepan que sí se puede”. Lo dice con determinación.

La cooperativa.

Aunque esta mujer no tiene bandera a la hora de admirar a una persona triunfadora, sí se identifica con esas madres que todo lo sacrifican por darles un buen ejemplo a sus hijos y que luchan para lograr una mejor calidad de vida. Con su experiencia como base es que trabaja en su proyecto de cooperativa. “Quiero mostrarle a las dominicanas que si yo llegué, ellas también pueden hacerlo. Es cuestión de tener disposición y a Dios como guía”. Concluye Yahaira confiada en que podrá ayudar a muchas a convertirse en la mejor versión de ellas mismas.